El regalo del maíz.

Hay algo muy habitual y totalmente comprensible: las ocasiones especiales suponen un instante de un valor inconmensurable que nos hacen temer por su propio final. Quiero decir, son momentos en los que apreciamos una belleza garrafal pero delicada, y un ingrediente se suma al cóctel: el pánico a que esos minutos de belleza se terminen. El resultado es un sentimiento de mística acosadora, que nos desorienta como una ola enorme que nos toma por completo, nos hace dar vueltas bajo el agua y solo nos deja cerrar los ojos y tragar unas tazas de sal. Por eso es totalmente esperable que estemos quienes nos ponemos tristes en las fiestas, sobretodo cuando hay fuegos artificiales. Queremos capturar ese momento para que no se vaya, a la vez que deseamos la presencia de seres del pasado, y el futuro se une a esa confluencia para terminar de demostrarnos que el tiempo puede ser muy administrable pero nada regulable.
Aunque también existe quien va en otra dirección. Miguel se pone triste el 23 de febrero. ¿Porqué? Porque no pasa nada, no es fecha de celebración ni de conmemoración. Entonces se empeña en que sea el día de algo. Trata de enamorarse, de envenenar a su perro, juega al telekino, al monobingo y a la quiniela. Pero no pasa un carajo.
Miguel dice:
es mucho más triste que no pase nada. Si algo pasa es porque estás vivo y ese mismo instante es especial e irreemplazable. Pero si no tenés nada que recordar, ni hay un acontecimiento especial, si no ocurre ni siquiera una miniatura cotidiana, significa que te moriste.

1 comentarios:

unacamisamedijofea dijo...

Yo le dije al maíz que me regale pochoclo,y anoche el ratón perez me compró dos chocolates "shot".Ahora que tengo acné quiero comer ocho chocolates más.